Hay dos personas viviendo en nuestra cabeza.
Una de ellas tiene metas y aspiraciones, ideales y filosofías. La otra tiene flojera, miedo, apatía y cinismo.
Las personas tenemos sueños, pero con frecuencia actuamos (o mejor dicho no actuamos en lo absoluto) como si creyéramos que tales logros o situaciones van a suceder de forma repentina y milagrosa, como un golpe de suerte inesperado.
Hacemos absolutamente ningún movimiento para acercarnos a lo que necesitamos, queremos o deseamos. Pero seguimos soñando, seguimos anhelando. Como deseando que algún ente omnipresente y todo poderoso nos escuchase y nos lo concediese.
Queremos tener, lograr y gozar, pero no queremos sufrir o esforzarnos. No queremos el sufrimiento que trae consigo el esfuerzo requerido, tememos la des-esperanzante espera de la incertidumbre, inherente en cualquier emprendimiento para la cosecha de los frutos de nuestros sueños.
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